El Espíritu siempre renueva, transforma y genera vida, produciendo destellos de ilusión y esperanza a través de rostros que iluminan, miradas que nos unen en la fragilidad, belleza y bondad, reconociendo que es Dios quien nos habita y nos invita. Voy a describir esta experiencia como una oportunidad para entrelazar lazos de fraternidad que me unen en el trecho del camino, con gestos muy humanos que a su vez se vuelven sagrados. Este tiempo acá en el colegio Nuestra Señora del Pilar se ha convertido en una vivencia nueva e inesperada, donde el Señor se ha volcado en generosidad dándome a conocer una nueva realidad que ha permitido que me encuentre con lo discreto, lo frágil, lo sencillo, que se muestra como una pincelada de color reflejada en la ternura de los más pequeños, asimilando la cercanía que se despliega en el modo de mirar y estar ante la novedad.
Al llegar al colegio noté la apertura y conexión de los grupos de niños, y jóvenes compartiendo en diferentes actividades, convivencias, celebraciones y utilizando la música y el canto como un medio de encuentro con ellos, cabe mencionar el servicio incansable, entrega y disponibilidad de las hermanas, en cada una se revela la disposición para el abrazo que dignifica ,la enseñanza como esa señal de fiesta y gozo que se hace fecunda, expandiéndose en brotes nuevos de Evangelio, y a su vez sostenidas por la oración de otras hermanas que las han precedido antes y hoy son un valioso tesoro para nuestra congregación. Considero que el mayor regalo ha sido la acogida por parte de la comunidad y también el encuentro con los jóvenes, niños, padres y demás personal del colegio, la sonrisa y la alegría que desborda el corazón y es allí donde se manifiesta enormemente la presencia del Señor.
Sin duda alguna es muy enriquecedor palpar la misión y visualizar un poco la proximidad en relación con los otros, sentir que nuestro carisma y amor por nuestra Niña María ha quedado tatuado en cada corazón y en cada vida. Algo muy particular ha sido escuchar los testimonios de las personas que han
conocido a las hermanas que han pasado por acá a lo largo de los años, que han dejado huella. Mujeres orantes y educadoras, mujeres valientes y humildes que confiaron y esperaron en el Amor de Dios creyeron que el Señor tiene un gran propósito para con la humanidad y sembraron lo más valioso, en este caso el anuncio de la Buena Noticia a través de su entrega, fidelidad y amor por los más pequeños, dieron a conocer el mensaje del Maestro y todos esos recuerdos aún están vigentes en cada rincón del colegio.
Terminando el año escolar en cada celebración que hacíamos, se introducía desde una acción de gracias y amor al Señor por este tiempo de reencuentro, tiempo de esperanza, tiempo de seguir tejiendo los sueños de tantos jóvenes y niños que merecen vivir en plenitud, siendo acompañados en comunión de sus padres y maestros. Qué bonito es poder apreciar que nuestro carisma se encarna realmente en las personas que forman parte de la misión, puesto que se percibe el sentido de familia, sienten que juntos van dibujando horizontes que iluminan grandes deseos de construir el sueño de Dios, luego del camino recorrido creo que vale la vida apostar por el anuncio del Reino, remando siempre mar adentro dejándonos cautivar por la llamada del Maestro y dar repuesta a esa invitación que ÉL nos hace, de pasar a la otra orilla para poder seguir anunciando el Evangelio hasta los confines de la tierra.